miércoles, 7 de abril de 2010

Mascaradas: elogio de la lentejuela

Crema hidratante. Corrector violeta para iluminar los ojos, verde para tapar rojeces, color carne para disimular las ojeras y naranja para las más pronunciadas. Base de maquillaje, lo más parecido posible al tono de cada piel. Polvos traslucidos, para evitar los brillos. Eye Liner, sombra de ojos (nunca hay demasiada sombra de ojos), mucha purpurina. Colorete. Pintalabios. Un gran peinado, el pelo, nunca hay que dejarlo al azar. Un bonito vestido, muchas lentejuelas (nunca hay demasiadas lentejuelas). Y unos bonitos zapatos a juego. La noche requiere muchos esfuerzos que no siempre son recompensados, pero todo vale para ser la más moderna de Malasaña y para dejar a todo el mundo fascinado desde el primer pie que se pone en la calle hasta los últimos sacrilegios por el maldito dolor de pies que provocan los tacones. 

Dice Baudelaire en el pintor de la vida moderna que el maquillaje nunca debe ser natural, no sirve para imitar a la naturaleza, porque según este, “la mayoría de los errores relativos a lo bello nace de la falsa concepción del siglo XVIII relativa a la moral; la naturaleza se tomó como base, fuente y modelo de toda belleza posible, pero no enseña nada, si no que fuerza al hombre a comer, beber, dormir, protegerse del mal... a matar a sus semejantes, a comérselos, a torturarlos...” En definitiva, lo que Baudelaire intenta demostrar en Elogio del maquillaje es la capacidad que tienen la moda o el maquillaje para tapar el, llamémoslo, primitivismo, inherente a todo lo que ha creado la naturaleza, en contra del cual se encuentra gran parte de la población del planeta, empezando por las tribus ancestrales que entendían perfectamente la alta espiritualidad del atuendo y el adorno como uno de los signos de la nobleza primitiva del alma humana (Baudelaire). Si la vestimenta del ser humano, desde tiempos remotos ha sido signo distintivo de las castas, hoy en día se ha convertido en signo distintivo de las tendencias, llegando a convertir algunas prendas en Marca Registrada. 

Muchos son los que emplean el maquillaje para intentar cubrir defectos, pero, siguiendo el Elogio del Maquillaje, este no debería servir para embellecer la fealdad, sino ser aliado de la belleza. E incluso yendo más allá, fue Oscar Wilde quien dijo que sólo las máscaras dicen la verdad y la naturaleza imita al arte; en el terreno artístico el artificio siempre ha sido caldo de cultivo para gran número de creaciones, pero es a partir de comienzos del siglo XX cuando esta artificialidad es llevada al extremo, siendo muchos los que se han valido del carácter fantasmagórico del disfraz para servir sus fines. No pretendemos que estén todos los que son, pero sí que todos los que están, sean, por tanto he aquí algunos de los artistas que han visto en la mascarada mucho más que un simple artículo de feria.

Nacida en 1954, su obra se ha centrado casi exclusivamente en autorretratos en los que se ha valido de toda clase de artificios para esconder su verdadero rostro y trasmitir al espectador una larga galería de reivindicaciones de carácter feminista en contra de los clichés femeninos de la sociedad de consumo. Si en el pintor de la vida moderna, podíamos leer que la mujer se maquilla para idealizar su frágil belleza, idea transmitida a lo largo de los años gracias a la concepción de la mujer como objeto de colección, Cindy crea esa misma imagen femenina a partir de faldas, camisetas y zapatos de tacón, a las que se unen prótesis de silicona, máscaras de carnaval, pelucas, y elementos desagradables o espeluznantes como monstruos de pesadilla, vómitos o coágulos de sangre, que no son exclusivos de su obra.

En la línea de los artistas que se deleitan en la repugnancia del ser humano como generador de desechos, tenemos al también norteamericano Paul McCarthy, que se vale de escenografías teatrales tomadas de universos oníricos de basurero y de disfraces que satirizan el autoritarismo del consumismo americano y la American Way of Life; disfrazarse de personajes como Heidi o Pinocho para performar vestido de esa guisa, le ha servido para crear su propia Disneylandia de pesadilla, como denuncia a los modelos que se ofrecen a los niños en su infancia que condicionan su comportamiento. A un mismo nivel, transformaba en sus primeras performances la cena familiar americana tipo ketchup y hamburguesa en rituales de mutilación sexual, gracias al empleo de materiales como pintura, mayonesa y otros condimentos, carne podrida, aceite y algunas partes de coche, vaselina, helado, comida de perro, muñecas, animales, máscaras y decorados artificiales. Pop Art + horror y absurdo, que se convierten en un todo efectivo más allá de una mera teatralidad vomitiva.

A otro nivel, surge la artista Rebecca Horn, que crea sus propios disfraces basándose en la experimentación sobre el cuerpo humano, bien sea por estar dispuesta a inmovilizarlo o a explorar su comportamiento en torno al movimiento: después de la demostración del funcionamiento de Trompa, tuvo que ser hospitalizada de urgencia a causa de una aguda afección pulmonar provocada por el artilugio, lo cual hizo posible que se dedicara casi exclusivamente a esbozar los modelos para sus primeras esculturas corporales, que más tarde realizaría individualizadas, empleando como modelo para cada una de ellas a una sola persona. El resultado fueron cosas como Cornucopia (“sesión para dos pechos. Aisla los pechos del cuerpo y a su vez los vincula al resto del cuerpo”), Máscara de Lápiz, tipo sadomaso, o Máscara de Gallo, para ser usada por dos personas.

1.Esta es mi máscara de fidelidad a la verdad y a la vida. 2. Esto es para tapar la máscara del dolor y el deseo. 3. Esto es para enmascarar el refugio de necesidad de compañía humana. 17. Esta es la máscara de mi necesidad doliente aturdida por la verdad y la compasión humana. 19. El deseo es mi máscara. (Máscara perfecta de Roca, 1975). Bruce Nauman es quizá el artista que mejor ejemplifica la idea del rostro como máscara, ya que convierte su propio cuerpo en algo manipulable gracias al simple empleo de la mueca o la ridiculización de la tradición escultórica de idealización del cuerpo masculino (Autorretrato en Forma de Fuente). Más relevantes son las grabaciones que a fines de los años 60 realizó de sí mismo en su estudio (“si yo era un artista y estaba en el estudio, entonces todo lo que estuviera haciendo en el estudio debería ser arte”); una de ellas en las que aparecía inclinándose, poniéndose en cuclillas, sentándose y tumbándose durante 45 segundos en cuatro orientaciones diferentes, fue la inspiración para la presentación de una de las colecciones de 1998 de la firma Devota y Lomba, que hizo que sus modelos posaran en las cuatro orientaciones bajo los focos que iluminaban la pasarela. 

Este artista alemán, bien podría pasar por ser la versión trasnochada del alter ego de Marcel Duchamp, Rrose Célavy, pero lejos de serlo es de esa clase de artistas cuya estética se acerca más al ideal glamrockero de cuero, tacones y transparencias. Con la ayuda del humor y la sátira, transforma imágenes de actualidad en la metamorfosis de sí mismo con la señorita que tiene al lado, o, gracias al empleo del disfraz, crea una personalidad andrógina en la que el hombre termina por convertirse en una mujer que muestra orgullosa su vulva. Para este hombre, tanto el disfraz como el desnudo sirven para el mismo propósito, y no es difícil que algunas de sus fotografías retrotraigan a nuestras cabezas imágenes del Cremaster, las muchachas con pelucas de colores de Vanessa Beecroft o los autorretratos y las videoinstalaciones de nuestra artista más petarda, Ana Laura Aláez. 

Para Miguel Cereceda, la fascinación de Baudelaire por la muerte, los cadáveres y la carroña, podría estar directamente relacionada, e incluso podría proceder de la absoluta convicción de este del carácter efímero de la belleza y que, a su vez, el Pintor de la Vida Moderna es la reivindicación de la parte efímera y frívola de la belleza, lo cual casi viene a decirnos que lejos de considerar las modas como encantadoras por acercarse hacia lo bello, el ideal que excita el espíritu humano no satisfecho, aquel se sigue la moda no es más que un ser frívolo quizá descontento por lo que la naturaleza ha hecho de él. Se cuenta que cuando Madame Dubary no quería recibir a Luis XV, que sólo gozaba con la simple naturaleza, se ponía el pintalabios, y por nuestra parte es difícil saber hasta qué punto los maquillajes perfectos de David Bowie o los chicos de T-Rex nos han marcado aún inconscientemente cada vez que nos pintamos la raya del ojo antes de salir de casa, pero como no lo sabemos, lo único que podemos decir es que nos quedamos con el casi manifiesto artístico-estético-superficial de Nancys Rubias: Mírate, ¿no lo ves? Así no procedes nada, o te maquillas o te operas ya la cara. Maquíllate para salir, maquíllate para dormir, para bajar, para subir, maquíllate. Maquíllate para comer, maquíllate para beber, para ganar para perder, maquíllate. Maquíllate para vivir, maquíllate para morir, para llorar, para reír...” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario